Os voy a contar un cuento:

Érase una vez un grupo de personas que de vez en cuando juntábanse y procedían a la práctica de un ancestral arte llamado aikido.

Un día, en una de esas reuniones, llegó hasta ellos un maestro de más allá de las fronteras nacionales y presentándose como Malcom ObiTiki Wan Kenobi Shewan les dijo:

– Del aikido enseñaros algo voy, pláceme.

Todos se sintieron muy contentos, incluso agradecidos, porque ese gran maestro de renombre mundial se dignase dirigir su práctica durante todo un fin de semana. Así pues el grupo, silbando una alegre tonadilla, se puso manos a la obra siguiendo las indicaciones de ObiTiki.

Sin embargo no todo era dicha. Funestos acontecimientos iban a sucederse, ya que durante la hora de la comida, muy próxima ya la hora de retomar la alegre y divertida reunión, llegó un elemento perturbador al grupo en forma de miserable sabandija. Su nombre, por los siglos de los siglos siempre maldito, era Jesús Ricardo «el maldito cabrón Richar», quién ni corto ni perezoso decidió trocar risas en llantos, alegría en tristeza, actividad en agitación. Un sinfín de desgracias incalificables cayeron sobre la alegre reunión.

“Tarentola mauritanica richariensis” o “Sabandija richárida”¿Pero qué es lo que hizo? ¿Acaso prendió fuego al local? ¿atacó a alguien? Nooooooooo, fue algo mucho más sibilino, más retorcido. Como su mente. Sumió en la confusión a la alegre compañía de aikidokas privando a ObiTiki de su preciado pantalón de práctica, dejándole así en paños menores y rebajando su dignidad como sólo alguien de la estirpe Pedrós sabría hacer.
¿Comoooooo? Estaréis pensado ¿Qué se atrevió a semejante cosa? ¿es que no tenía miedo? Pues no, no tenía miedo, es más, yo diría que disfrutaba de la situación, porque cuando el alegre grupo, ahora triste, procedió a alarmarse sobremanera y se pusieron todos a buscar los pantalones de ObiTiki, Jesús Ricardo – recordad que así se llamaba la sabandija – se enroscó en sí mismo y se fundió con el medio ambiente adoptando un perfecto camuflaje y guardando silencio. Y esta era la situación, la compañía de alegres tonadilleros y un señor en calzoncillos buscando un pantalón que no aparecía mientras una sabandija miserable estaba sentada en medio del tumulto guardando silencio.

Fue en ese preciso instante cuando uno de los alegres tonadilleros, más sagaz que el resto, cayó en mientes que existía en mitad de toda aquel maremagnum de actividad y lamentos, un ser que no producía sonido alguno, salvo lamentables intentos de tragar saliva y algún que otro gemido quejumbroso .

El engendro se encontraba en la más absoluta inmovilidad. Sólo un pequeño tic en un ojo inyectado en sagre, aparte de ligeros temblores por todo el cuerpo, delataba su presencia.

– ¿Qué haces ahí que no estás buscando? ¿Tú no sabrás nada de esto? ¿Verdad? ¿VERDAD? – le interpeló más gravemente cuando vio que el camuflaje de la sabandija cambiaba del color de la pared (blanco) al granate más vivo, delatador de una intensa actividad arterial en su cara.

– ¿VERDAD? – repitió

– Ej queeeeee, yooooo – dijo la sabandija con un hilo de voz.

Entonces el valeroso alegre tonadillero viendo que algo no encajaba tomó una sabia decisión.

– Acompáñame sabandija – Dijo.

Y amablemente la guió, mediante patadas en los riñones sabiamente distribuidas, a su madriguera. Entrando con la sabandija asida por su repugnate gaznate descubrió que allí, en un oscuro rincón, se encontraban colgados los relucientes pantalones de ObiTiki.

– ¿Pero tú eres tonto o qué? – le dijo a la sabandija. Inmediantamente la decapitó allí mismo y procedió, entre aplausos y vitores (no se discernía si por haber acabado con la sabandija o por el hallazgo) a devolverle los pantalones al señor ObiTiki que ya, por fin, recuperó la dignidad perdida (no toda, claro) y pudo seguir dirigiendo al otra vez dicharachero grupo. Estado de la sabandija una vez aplicado el correspondiente (y merecido) castigo

De vez en cuando, entre tonadilla y tonadilla, alzaban la mirada y allí, contemplándoles con unos ojos sin vida, se encontraba la cabeza cercenada de la sabandija, para eterna vergüenza de todas las sabandijas de este mundo.

Colorín Colorado este cuento se ha acabado.

PD. Como podéis suponer, la historia no acabó así ya que la sabandija sigue respirando, muy a mi pesar, he incluso practicando aikido con nosotros. No os preocupéis, ya estoy buscando como eliminar este lamentable hecho que se suma a la luctuosa historia de nuestro querido grupo… sobre todo porque se acerca el curso de Tamura y Yamada shihan, y sólo pensar en que la sabandija-richar se acerque a menos de 1 km de los pantalones de los maestros me da escalofríos. ¡Oh cielos, protegednos de las sabandijas roba-pantalones!

Para mi querido alumno Jesús Ricardo «El Richal» con todo mi cariño. Como dijo un gran maestro «Donde las dan las toman, prenda, y ahora, si tienes pelotas, lo explicas».