El maestro de zen y sus discípulos comenzaron su meditación de la tarde. El gato que vivía en el monasterio empezó a arma tal jaleo que los distrajo de su práctica, así que el maestro ordenó que ataran al gato durante toda la práctica de la tarde.
Cuando el profesor murió años más tarde, el gato continuó siendo atado durante la sesión de meditación. Y cuando, a la larga, el gato murió, otro gato fue traído al monasterio y siendo atado durante las sesiones de práctica en prevención de altercados.
Siglos más tarde, eruditos descendientes del maestro de zen escribieron sesudos tratados sobre la importante significación espiritual de atar un gato para la práctica de la meditación.
De ahí seguro lo de saludar poniendo las manos como un triángulo. Un día había un bicho feo en el suelo y el maestro puso las manos de tal manera que no lo aplastara antes de la clase.
¡Ja! puede ser, puede ser…
¡Qué bueno Pau… e interesantísimo y elocuente el cuento!
Es una de las anécdotas clásicas del ZEN