En septiembre del año 1988 andaba yo un poco despistado con esto de las artes marciales. Había abandonado la práctica del taekowndo un poco desilusionado de no encontrar un sitio que pudiera aportarme, al menos, una parte de lo que el maestro Cho me había estado entregando en los años anteriores. No iba a ser fácil. Cuando conocí a Cho era un hombre muy joven para ser 6º dan, pero entendía y conocía las artes marciales coreanas de forma muy profunda, nada de las frivolidades gimnástico – competitivas que me iba encontrando cuando preguntaba en otros gimnasios, y siempre te hacía sentir exigido y a la vez querido. Tuvimos una relación estrecha, creo yo. Sin duda su forma de entender las artes marciales, coreanas o no, me marcó indeleblemente para el futuro, y creo que fue esa decepción por encontrarme huérfano de ese hogar marcial en el que me sentía cómodo, lo que me llevó a coquetear peligrosamente con estilos de lucha agresivos en lugares y compañías quizás poco recomendables. Cosa que, afortunadamente para mi estabilidad, duró poco.
Un venturoso día que me encontraba apachangado viendo un programa vespertino de esos de entrevistas, atiné a observar como un hombre oriental vestido a la manera de lo que me parecía un ronin realizaba de forma magistral diversos movimientos con técnicas de inmovilización y proyección sobre un improvisado tatami formado por planchas, de las que sólo había visto por aquel entonces en judo. Sus gestos y técnicas me parecieron ciertamente de gran belleza y armonía. En la breve entrevista que siguió a la demostración, me sentí plenamente identificado con las palabras del maestro La pausa y amabilidad con la que contestaba a la ignorante curiosidad de la entrevistadora, me pareción cautivadora. No sé quien era, no llegué nunca a enterarme, pero fue un punto y aparte. Tomé una decisión: quería practicar aikido.
Y allí estaba una mañana de sábado sentado en un tatami junto a otros expectantes curiosos que , como yo, habían tenido noticias de que se iba a abrir la inscripción para un grupo de aikido y que, por tal motivo, se iba a proceder a realizar una breve demostración de dicho arte a cargo del futuro maestro y otros participantes.
Al poco rato de sentarme, observé como iban entrando unos tipos (y tipas) vestidos con un atuendo ciertamente peculiar. Formaron una ordenada fila ante el retrato de un anciano de blanca barba y más bien ralo pelo, hecho éste que inmediatamente le granjeó mi simpatía ya que mi azotea clareaba ya a esa temprana edad, y después de un momento en el que permanecieron inmóviles y silenciosos con sus manos entrelazadas, hicieron una reverencia a aquel anciano y posteriormente entre ellos.
Su organización y etiqueta no me resultaron chocantes porque, aunque diferentes en la forma, en lo esencial eran similares a los que había venido practicando en los últimos años siendo pupilo de Cho. Realmente me sentí reconfortado por encontrar, en un mundo como el de las artes marciales cada vez más vulgarizado y exento de espíritu, en el que la búsqueda de la victoria a cualquier precio – el terrible precio de mutilar al propio arte – sea la única razón de ser, el que algunos practicantes todavía mantuvieran la dignidad y respeto por las tradiciones. Que existiera un arte tan accesible en ese momento, dando la espalda a la violencia y al ego, pidiendo a sus practicantes mirar en su propio interior y no en la apariencia exterior, me sorprendió y alegró profundamente.
Quizás esa fuera mi primera impresión. Sí, más que las técnicas de la demostración, lo que me sedujo inmediatamente fue encontrar algo que ya había dado por perdido. Y hasta hoy.
Saludos,Me ha gustado mucho leer esto, siempre son interesantes las experiencias de los demás, sobretodo cuando te sientes un poco identificado con ellas.En mi caso hice karate, y bueno, aunque es otro mundo, no le daban el valor de arte marcial, sino de deporte, cosa que me acabó amargando bastante.Cuando fui a ver una clase al dojo donde practico, me inundó una sensación de bienestar, se respiraba mucho respeto allí, y eso me encantaba.En fin, gracias por escribir cosas como esta.Saludos.
Yo creo que compartir experiencias siempre va a ser enriquecedor y la verdad, me apetecía explicar el motivo por el que el aikido me cautivó inmediatamente. Muchas gracias a ti por comentar.