Este año, el curso de aikido ha estado plagado de contrastes. Como siempre, entre los practicantes predomina la diversidad: Había quienes sabían mucho, quienes no sabían nada y quienes no sabían nada y creían saber mucho. Los que lo daban todo y los que no hacían nada. Aquellos que entienden el atemi como una caricia y los que encajan a uke más de un gancho de derecha. Los ‘dans’ frente a los ‘kyus’. Quienes tratan de enseñar y los que quieren aprender.

Pero esta vez también entre los maestros ha habido grandes diferencias. Las largas charlas de Gilbert en contraste con las escuetas explicaciones de Yamada, la suavidad de uno y la brusquedad del otro. La seriedad del francés y la sonrisa perenne del nipón, y, frente a tantas diferencias, la serenidad, el control y la sabiduría que ambos desprenden.

Son los contrastes los que nos enriquecen, las diferencias las que nos hacen aprender los unos de los otros, y mejorar día a día a través de la práctica. Y es que no tiene importancia de dónde vengas ni quién seas, porque lo que entraña el aikido está al alcance de todos.