Yamada YoshimitsuUn domingo de marzo a las 11 y media de la mañana. Después de hora y media de práctica, muerta de cansancio tras el entrenamiento del día anterior y un poco desorientada, veo que la clase se detiene y que la gente comienza a sentarse en seiza en tres filas interminables. «¿Qué pasa?» «Ahora viene Gilbert». Pero lo que se suponía la despedida de rigor de Yamada Sensei se convirtió en una DESPEDIDA con mayúsculas.

Yamada camina lentamente y se sitúa delante de todos nosotros. Se hace el silencio mientras él, jugueteando con los «bolsillos» de la hakama como un niño nervioso juguetea con un hilo suelto de la manga, empieza a hablar en inglés en ese tono de voz tan simpático que tiene. David Sánchez aporta el sentido a las palabras del Sensei: «Llevo 50 años dando clase con Tamura, y 10 años viniendo a España…» traduce.

Yo como siempre no oigo la mitad de lo que se dice en los discursos, pero de pronto capto unas palabras: «…dejar paso a la sangre joven» y salta la alarma. Miro incrédula a mis compañeros: «¿Se va?». Yamada se deshace en halagos sobre nuestro país y la gente que lo puebla, agradece nuestra hospitalidad y bromea diciendo que su teléfono va a estar siempre encendido, tratando de rebajar la tensión del último adiós. Y yo intento reírme, pero de repente se me ha hecho un nudo en la garganta.

El auditorio estalla en aplausos mientras se da la vuelta y se aleja despacio, disimulando la agilidad y destreza que le caracterizan, y que sólo da una vida entera dedicada al aikido. Los practicantes rodean al sensei para hacerse fotos, desesperados por robarle un pedacito de alma antes de perderle para siempre. Cohibida pero consciente de que es mi última oportunidad me acerco yo también, y rechazando con la mano la cámara que me apunta le digo simplemente «Sólo quiero darte las gracias por todo». Me mira sorprendido y sólo dice «¡Oh!». Y sin más me doy la vuelta, satisfecha de haber podido agradecerle a Yamada Sensei todo lo que ha hecho por nosotros, satisfecha de haber podido conocer a un MAESTRO que no sólo me ha enseñado la eficacia y la belleza del aikido, sino que con su amabilidad y simpatía me ha llegado al corazón.