IFEs una cuestión de números. Llevo 4 años y 6 meses practicando 1 hora y ¾ de aikido durante 2 días a la semana. Calculo que a este ritmo dentro de 3 años podré sacarme 1 Dan. 3 pasos por aquí, agarro las 2 manos y 1 voltereta, memorizo la fórmula pero el resultado es el mismo: 0.

Y digo yo que después de haberme pasado 756 horas haciendo atemis e irimis ya podía saberme al menos 1 sola técnica, pero las cuentas no me salen y aquí estoy, cerca de los 28 y con un lío en la cabeza que se extiende hasta el 8 (tumbado…). Y es que el aikido, al igual que los números, puede dividirse siempre en unidades más pequeñas, y cuanto más tiempo pasa, más matices ve (pero no comprende) uno, y la frustración comienza peligrosamente a acercarse al 100 en una escala del 1 al 10.

De repente (en aikido todo pasa siempre así, de repente), caigo en la cuenta de que el aikido no es una ciencia, sino un arte. Cojo la calculadora y la tiro a la basura, e inmediatamente me siento mejor. “¡Si yo soy de letras!” pienso, y me reprendo a mí misma por haberme dejado llevar por la prisa ¡otra vez!.

La frustración emborrona la belleza del aprendizaje, y la urgencia por mejorar no nos deja disfrutar de este entrañable cuadro de personas que se juntan para aprender día tras día a luxar, a rodar, a inmovilizar, a ser pacientes, a ser seguras, a ser constantes, a ser, en definitiva, mejores.

Pero cuando las correcciones por parte del maestro dejan de ser otro suspenso y pasan a convertirse en una pincelada más dentro de la creación de nuestro aikido, podemos otra vez volver a disfrutar de la práctica de este arte, que es hermoso porque convierte a los más patos en cisnes, y a los Einsteins en Picassos.