Al finalizar un clase especialmente intensa en la que no se había sentido muy fino en la ejecución de las técnicas, un alumno, cuyas dudas más personales sobre el aikido se vieron agudizadas por su estado de ánimo depresivo, se acercó al maestro que se encontraba doblando la hakama y trató de entablar conversación, buscando consuelo a su desánimo.
– Maestro ¿puedo molestarle?
– Claro, claro, no es molestia, dime.
– Maestro… – dudó un poco, no sabía si era conveniente expresar tan claramente sus inquietudes, quizá le ofendiera… pero por otro lado sentía la necesidad de sincerarse, así que, suspirando se decidió a seguir adelante – Maestro ¿para qué sirve el aikido?
El maestro le miró fijamente por un instante, después sonrió brevemente y contestó sin mirarle mientras perfeccionada los pliegues de la hakama.
– No lo sé, ¿para que sirve la manta que tu pareja te echa encima cuando estás dormido? ¿o el abrazo de un amigo en tu tristeza? ¿o el beso que la madre da sobre la herida de su hijo? ¿Alguna vez te has preguntado para qué sirven todas esas cosas maravillosas? Dime tú entonces ¿para que sirve pues el aikido?
– Entiendo… – dijo, aunque en realidad no entendía nada – pero entonces, maestro, ¿qué es el Aikido?
– No existe una definición exacta y te puedo hablar sobre lo que es el Aikido para mi; quizá sobre lo que me gustaría que fuera el aikido para ti… pero es una experiencia personal que solo tú me podrás explicar en el futuro. Para mí, aikido es una herramienta simple y mágica a la vez, la pértiga que me equilibra sobre el cable que conecta mi nacimiento y mi muerte. Un faro cuya luz hace que mantenga el timón firme en aguas oscuras.
La respiración agitada del alumno se empezaba a calmar y se sentía cada vez más relajado, su mente no comprendía el significado completo de las palabras que escuchaba, sin embargo lejos de enervarse se encontraba en paz. Percibía al maestro, concentrado mirando su hakama, esperando la próxima pregunta.
– Comprendo… ¿cuál debe ser pues mi actitud en el entrenamiento? ¿mejoraré?
De nuevo el maestro le miró, esta vez un poco más prolongadamente y parpadeó ligeramente como si no comprendiera exactamente la pregunta.
– Pero… dime ¿por qué motivo me preguntas si mejorarás?
– Oh, me preocupa no conseguir el dominio de la técnica
– ¿Cuándo eras niño no jugabas acaso con amigos?
– Claro
– ¿Te preocupaba algo aparte de jugar?
– No
– ¿Mejorabas en los juegos?
– Claro
– Sé un niño pues – dijo el maestro, esbozando una sonrisa y tocando brevemente el hombro del estudiante.
También el alumno sonrío bajando la cabeza. Durante un breve momento quiso seguir con las preguntas, pero se lo pensó mejor y dijo:
– Muchas gracias maestro, pensaré mucho en lo que me ha dicho, no quiero seguir molestándole…
El maestro, que estaba doblando los himos de la hakama, volvió su cara hacia él y le miró con seriedad durante un par de segundos.
– Mi querido alumno, las rodillas te arden y no aguantas ni un minuto más en seiza ¿verdad?
El alumno, con los ojos muy abiertos, enrojeció inmediatamente y se dispuso a balbucir unas palabras, pero la mano levantada del maestro, el brillo juguetón en sus ojos y la sonrisa que empezaba a aparecer en su rostro, le detuvieron.
– Yo he sido alumno antes que tú, y lo sigo siendo – le dijo divertido – y, como tú, también tengo dos rodillas doloridas. Por favor vuelve cuando quieras a preguntar más dudas – dijo, volviendo inmediatamente su atención a los himos de su hakama tras una rápida inclinación de cabeza.
El estudiante saludó profundamente y, tras un par de intentos fallidos, consiguió levantarse torpemente y encaminó sus titubeantes pasos hacia el vestuario. Justo antes de entrar se volvió a mirar hacia el maestro que ya estaba finalizando el pliegue de la hakama y con una tímida sonrisa le dijo:
– Maestro…
– ¿Sí?
– ¿Tomará una cerveza con nosotros?
– Qué cosas tienes…¡Por supuesto! – dijo el maestro y se quedó mirando pensativo como el alumno desaparecía en dirección a los vestuarios tras un breve asentimiento y una nueva inclinación.
Es un buen chico – se dijo para sí – pero tiene muchas cosas en la cabeza, como su padre antes que él…¡mejor tenerla vacía como yo! Se dio un pequeño capón en la cabeza y tras una breve carcajada, recogió su hakama y se dirigió a cambiarse. En su mente ya tomaba forma una pinta helada del refrescante líquido dorado.