Ikyo O SenseiHe pensado un poco sobre los comentarios que de vez en cuando me hace algún alumno o alumna (ahora se dice así ¿no? miembros y «miembras» y tal), acerca de la sensación de estancamiento que tienen en la evolución de su entrenamiento.

Bien, lo primero que se me ocurre es que no tenemos, como los practicantes de artes marciales competitivas o sistemas de combate, la facilidad de la medida directa del enfrentamiento abierto con adversarios  de diferentes niveles a la hora de valorar nuestros progresos. En su momento, cuando entrenaba con entusiasmo en ese mundo, recuerdo como mi estatus crecía conforme a las victorias obtenidas más allá de mi grado teórico, aunque claro, más pronto que tarde, éste acababa reflejando aquel. Siempre era posible ver grados de poca enjundia, ser considerados de forma muy positiva exclusivamente por sus aptitudes atléticas, combativas, competitivas, o una combinación de todas ellas.

Esta perspectiva de nuestra evolución y la valoración que podemos sacar de ello, al menos en nuestro estilo de aikido, nos está vedada debido a que nos falta la posibilidad del enfrentamiento en competencia directa con otro compañero de un nivel superior. Esto se agrava por la natural predisposición occidental a las urgencias y nuestra tendencia a descomponer y analizar todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida hasta el absurdo. El resultado es un fracaso absoluto en muchos casos a la hora de valorar nuestro desarrollo. De hecho, tengo la impresión de que muchos aikidokas acaban determinando su evolución reduciéndola a una cuestión de grado, y lo que es peor, asocian el derecho a un grado en función de la variable única «tiempo», lo que, a mi juicio, es un soberano error.

De esta dificultad del aikidoka para estimar su evolución – y por Dios que nadie me venga ahora que para eso están los grados, los exámenes y todo eso, sobre esto ya razonó en su momento Don Draeger con el que no puedo estar más de acuerdo, y de forma un poco más política Malcom Tiki Shewan – podemos considerar dos extremos que para nuestro entrenamiento tendrán el mismo éxito que echar vitriolo en una paella.

Uno de ellos, el más nocivo no sólo para el practicante sino para el entorno de su dojo, es en el que, debido a su falta de perspectiva y a un ego que podría comerse a Godzilla, el aikidoka acaba por tener una exagerada opinión acerca de su capacidad técnica, elevándose por encima de una realidad que en la inmensa mayoría de los casos es mucho más terrenal que su optimista valoración. Esto, que habitualmente no pasa de una anécdota que acaba derivando en la génesis de un nuevo aiki-matón, se torna peligroso cuando el practicante piensa equivocadamente que no sólo en el dojo su capacidad técnica es buena, sino que también funcionará en situaciones extraordinarias fuera de aquel. Generalmente acaban abandonando el aikido acusándolo de «no funcionar» cuando alguien de dentro o de fuera acaba haciéndoles bajar de la nube. Existen elevadas probabilidades de que su dentadura se haya visto mermada en el proceso.

Otro caso, el opuesto, es la sensación de no avanzar. El alumno se siente estancado en un infinito bucle de correcciones y contra correcciones que le hacen dudar de sus posibilidades. Son practicantes en permanente caída libre sin ningún punto de referencia. Desorientados, su mente colapsa y no son capaces de valorar y asimilar una verdad difícilmente discutible: nadie que entrene de forma regular y comprometida dejará de evolucionar positivamente. No me cabe la menor duda de que el trabajo diario competente nos llevará a la inevitable conclusión de mejorar. Puede que unos más deprisa que otros, pero al final se trata de mejorar y es lo que se consigue.

¿Y existe un método para evitar esta sensación?, os preguntaréis. Pues supongo que sí, aunque lo desconozco a ciencia cierta. Creo que al final es una cuestión de madurez del practicante. Quizá sólo sea cuestión de confianza en el maestro, o, simplemente, aceptar el hecho de que hay que disfrutar del momento sin volver nuestra vista hacia atrás o pensar en el futuro. Durante la práctica: humildad, concentración, entusiasmo, respeto y confianza. Estos son magníficos ingredientes. Orgullo, distracción, indolencia, insolencia e indecisión nos acercan peligrosamente a los extremos, y nos alejan de un correcto entendimiento de lo que el aikido significa. Al menos para mí.

Normalmente una conversación sincera con el alumno señalándole los puntos clave en los que trabajar, marcará un antes y un después en su evolución. No se trata de usar profundas palabras, simplemente, al igual que un faro no enseña al patrón a manejar su barco, tan sólo le muestra una dirección segura, prefiero dejar que sea el alumno el que se responsabilice plenamente de su desarrollo, mostrándole la que es, a mi entender, la senda fiable por la que continuar.

Dicen que el método oriental de enseñanza de las artes marciales es árido para los estudiantes occidentales. Pienso que así es y así debe ser; aprendí que es deber del entrenador inflar el ego del competidor. El del maestro, sin embargo, es destruirlo.

Ayuda en todo caso leer los textos de los grandes maestros para comprender mejor el espíritu de nuestro entrenamiento, aunque, claro está, siempre quedará en manos de cada uno elegir qué se quiere ser y de quién se quiere aprender.

Proyeccion O SenseiEste doka de O Sensei con el que cierro esta entrada refleja de forma clara, concisa e ineludible, para y por qué entrenamos AIKIDO. Lo demás, incluido todo lo que acabo de perpetrar en los párrafos anteriores, son paparruchas.

«El propósito de entrenar es azuzar la pereza, fortalecer el cuerpo y limpiar el espíritu».

Nada más… y nada menos. ¿Entendido? Pues eso.