Sombras de vidas sobre el tatami. Pasan fugaces mientras los muertos observan su devenir con mueca escéptica. ¿Son ellos los vivos, y los vivos, muertos? Multitud blanca y negra afanada en el futil objeto de obtener la nada que es algo. Paradoja de la necesaria condición humana que se enfrenta al divino objeto de la práctica.

La mano y el pie que se mueven mientras el alma permanece quieta ¡Ah!¿pero no debería ser al revés? ¿No debería el arte zarandear, empujar, voltear nuestros espíritus acomodados, acogotados, inmóviles en fin, frente a las luces con que la vida, lanzada a toda velocidad, nos está avisando de una colisión segura? Pobres almas que, como el zorro en mitad de la carretera, aturdido por su propia ignorancia inocente, miran pabullados la improbable veloz caja de acero que constituirá su fin.

Banales y cretinos, pasamos el tiempo agitando nuestros cuerpos adormeciendo nuestras mentes, preocupados por la nimiedad de nuestros negocios, de nuestro ego y nuestra propia miopía vital.

Nuestra alma es como esas personas encasilladas en su cómoda placidez burguesa que se dejan llevar por una costumbre familiar; dirigidos, grises y maltratados. Con resignación se autoconvencen:

-¡Qué se le va a hacer, es el orden natural de las cosas! – Se dicen en voz baja.

Un día conocen a alguien, alguien que les agita en su sopor, que les seduce con su acción natural, con su comprensión, sutileza . Y se dan cuenta que la libertad es prisonera de la lucha y el esfuerzo, no hay otro camino para encontrar la verdadera paz. Prisión para la libertad, es un peaje.

El arte, nuestro arte, se agita inmóvil, ignición necesaria de la que nace la paz de la quietud.

Y sueño que vuelo. Como un gavilán acecho al maestro enseñando y a los alumnos aprendiendo. Pero todo cambia en súbita agitación y es el maestro el que aprende. Descubierta su propia debilidad, decide que todo sueño es vigilia y que es aprendiz de nuevo. ¡Y es feliz!

Me pregunto si cuando seamos los que observan sombras sobre el tatami habremos comprendido, por fin, el sentido de todo lo que hacemos y somos. Quizá, sólo quizá, nos limitemos a sonreír fatuos, sin comprender nada. Aprobando que la muerte no nos haya dado lo que nunca buscamos en vida.º