- Parte I – Pa qué te quieres molestar…
- Parte II – Me lo paso por los cajones
- Parte III – ¡Y un cajón! (más)
- Parte IV – De lo que (probablemente) no va a gustar a todo el mundo
En la anterior entrada hablábamos de la acusación de «fraude» con la que se nos tacha en algunos círculos. Veamos, ¿qué es un «fraude»? Según la RAE un fraude (en su primera acepción) es:
> 1. Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete
Así que, partiendo de la base de que soy una persona que lleva tatuado en el brazo el kanji «Gi» (rectitud, justicia, ecuanimidad, decisiones correctas) como regla de vida, me sentiría bastante desconcertado si alguien me acusara de cometer un fraude cuando enseño aikido, pero cosas veredes…
Por lo tanto, a mi juicio, siguiendo un principio muy estoico no podemos hacer nada en relación con la opinión o los actos propios de los demás, sólo podemos actuar para encontrar en el aikido la utilidad para la que fue diseñado por O Sensei y pulido por grandes maestros después. Y esa utilidad no fue, sin ninguna duda, el ganar competiciones o ser el arte marcial mortífero definitivo.
Si a través de un entrenamiento duro y decidido fortalecemos nuestro cuerpo y nuestra mente y preparamos nuestro espíritu para lo retos que diariamente adquirimos en nuestra vida cotidiana, que salvando excepciones profesionales, no pasan por tratar con locos armados con machetes o AK-47, sino con señoras o señores que nos hacen una peineta conduciendo, jefes o compañeros insoportables, problemas con nuestras parejas, dramas o tragedias como enfermedades o muertes de seres queridos, pues habremos cumplido el principal objetivo de nuestro entrenamiento que es calmar nuestro espíritu y aportar a nuestra sociedad algo más que violencia física o verbal indiscriminada.
¿Quiere decir eso que somos una especie de gatitos anímicos? Pues francamente, no lo creo, pero no lo creo siempre que entrenemos, como decía antes , de forma sincera, dura y decidida. Debemos luchar con todas nuestras fuerzas contra la idea del McDojo, un dojo que consta de un manager cuyo único objetivo es sacar de cocina productos cuya calidad es consciente que es plenamente mejorable pero que sacrifica ante el altar de lo puramente crematístico.
Y he aquí el abismo por cuyo filo caminamos continuamente y que mencioné en la anterior entrada como el precio a pagar por huir de la competición: la autocomplacencia. Prácticamente se puede generar en todas las artes que no gozan de competición, ni siquiera reglada, o de enfrentamientos directos entre adversarios en el propio dojo. ¿Cómo encontramos el límite? ¿Dónde está la valoración real de nuestra capacidad técnica? Alguno me dirá «¡está claro, en los exámenes!». Mi respuesta es: «inserte aquí el ruido de pedorreta que más le guste seguido de una carcajada sarcástica».
Nuestro arte se presta de forma evidente al despiste más desenfrenado… ¿A cuantas charlas intrascendentes he asistido en un tatami mientras la técnica era realizada como si se hiciera calceta? Sin ninguna atención al ataque que ejecutamos de forma desganada y perezosa. Sin ninguna intención real por parte de uke de dominar ese ataque desde su comienzo, ¿pa’qué? si ya viene «domado» de inicio. Y por supuesto, ejecutando todo tipo de técnicas de escaqueo con el fin de evadir el cansancio físico.
Toma una importancia capital aquí el maestro en su papel de censor de estas actitudes. Pero para ello ha debido comprender, asimilar, interiorizar, aceptar y desarrollar propiamente esa actitud para él mismo, y ¡ay amigos!, eso, eso es complicado, porque tenemos un ego tan inflado como los neumáticos de un Drag Monster y la naturaleza humana nos lleva a creernos que ya sabemos suficiente a poco que nos despistemos.
Por esa misma razón considero de vital necesidad la promoción cuidadosa de los practicantes. Graduarla, ajustarla, sopesarla y nivelarla con la capacidad que el practicante demuestre en entrenar los valores de sacrificio y esfuerzo necesarios para obtener una personalidad adecuada y una técnica notable en la práctica del aikido, desembocará en unas pocas generaciones en aikidokas duros como el adamantium, pero nó sólo desde el punto de vista físico, que la edad y el declive nos alcanza a todos, sino principalmente mental, donde cada uno de nosotros no sólo creamos sino que sepamos que practicamos un excelente arte marcial, fruto de la evolución de muchas otras artes, que nos aportará lo necesario para vivir en sociedad, que además es un excelente ejercicio perdurable por el resto de nuestra vidas, que nos hará sentir bien y en armonía con nosotros y nuestros compañeros y además, sí, sí, también nos servirá para la autodefensa en el improbable caso de que lo tuviéramos que emplear, aunque es verdad que obtener los principios para ello nos llevará mucho, mucho tiempo. Y así, por un proceso natural de confianza no nos importará en absoluto lo que se hable o diga de nosotros… porque nosotros sabemos la verdad sobre lo que queremos hacer y no lo que los demás decidan que debe ser el aikido.
Actuando así no hay fraude posible porque sólo se unirá el que de verdad quiera unirse, y el que no, tiene un millón de maravillosos sistemas de lucha, de combate o deportes de contacto aptos para cada una de las personalidades que estoy seguro les hará inmensamente felices, mucho más que entrenar algo en lo que no se cree o intentar ajustarlo para lo que no fue diseñado . No obstante la permeabilidad de mis separaciones es completa y, pocos hay, pero algunos practicantes de otros cajones también llegan al aikido. Bienvenidos sean los que buscan las bases que he expuesto. Y a pesar de lo que dijera mi admirado Groucho, yo no tengo otros principios que ofrecer.
Con cariño para mis alumnos, especialmente aquellos que opinan que “el aikido no sirve ni pa tomar por culo”